domingo, 1 de diciembre de 2013

No digas que no tienes tiempo

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Aunque las hayáis olvidado, todas las palabras de verdad que hayáis leído u oído, remontarán un día a vuestra conciencia. Porque estas palabras que poseen una fuerza, la fuerza que da la luz, se han grabado en vosotros, sin saberlo, en vuestro subconsciente, en donde hacen su camino, y tarde o temprano, en el momento en que menos lo esperéis, con ocasión de un encuentro, de un acontecimiento, no podréis escapar a ellas. Diréis: «Pero, entonces, ¡la verdad no nos deja nunca en paz!» Depende de lo que llaméis paz. Si llamáis paz a la posibilidad de, sin discernimiento, dar libre curso a vuestros pensamientos, a vuestros sentimientos, a vuestros deseos, a vuestros caprichos, no os extrañe si algunas verdades que habéis oído junto a un sabio o a un Iniciado, vengan a preveniros de que os estáis extraviando. Y estas verdades os incomodarán un poco, os morderán, os tirarán de los pelos. Y es verdad, no os dejarán tranquilos. Pero si las habéis aceptado, y si habéis tomado la buena dirección, entonces, ¡qué paz vais a saborear!
No digáis que no tenéis tiempo suficiente para consagraros a los ejercicios espirituales, porque por la mañana debéis ir a trabajar y antes de partir tenéis muchas cosas que hacer y, cuando volvéis por la noche, sucede lo mismo… Porque os responderé que, si no tenéis tiempo para estar en la armonía y la luz, siempre lo tendréis para estar en los trastornos, los desórdenes y las tinieblas. Si hay algo que sucede con toda seguridad en la vida, es estar tristes, debilitados, desanimados; y lo menos seguro, sentirse felices, fuertes y serenos. ¿Por qué? Debido a esta frase que todos dicen: «¡No tengo tiempo!» Ésta es una forma cómoda de justificar la pereza y la inercia. ¿No tenéis tiempo de concentraros, de meditar, de rezar, de hacer ejercicios para haceros más resistentes, más instruidos? ¿Qué destino os preparáis de esta manera?
Poner flores sobre los ataúdes y las tumbas es una tradición muy antigua, pero, en nuestros días, las flores están destinadas sobre todo a adornar. ¿Quién piensa en que las flores poseen una quintaesencia viva que puede alimentar las almas de los muertos?… Y lo mismo sucede con las lamparillas, las velas, el incienso: todas las materias que sacrificamos desprenden unas fuerzas, unas energías que ayudan a las almas y las sostienen en el transcurso de su viaje al más allá.  ¿Y de dónde creéis que viene también la costumbre de pronunciar oraciones fúnebres, o de decir, al menos, algunas palabras afectuosas o elogiosas para el muerto antes de separarse de él? En esto también hay en el origen, un saber iniciático: los muertos son extremadamente sensibles a las palabras que los vivos dicen sobre ellos, así como a los pensamientos y a los sentimientos que tienen por ellos. Porque las palabras, lo mismo que los sentimientos y los pensamientos, producen vibraciones, emiten ondas que llegan a las almas de los seres desencarnados.
Omraam Mikhaël Aïvanhov

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